Notas sobre el problema catalán I
El problema catalán, lejos de encontrarse en la vía de las
soluciones posibles, aparece más como un wicked
problem, o lo que es lo mismo un problema enrevesado que tiene como
característica principal el hacerse más complicado en la medida en que se
arbitran y se implementan soluciones parciales o apresuradas.
No hay, hasta el momento, nadie que haya proporcionado una visión,
analítica primero y causal después, de lo que sucede hoy en Cataluña. Hay
excelentes revisiones de la historia del problema (generalmente más centradas
en los hechos que se han ido sucediendo y menos en el porqué han sucedido esos
hechos) y excelentes diagnósticos sintomáticos de la situación (véase el impecable
libro de Gaspar Ariño: La independencia
de Cataluña, Editorial Aranzadi, 2015).
Parece necesario intentar al menos desbrozar las claves de origen,
siempre subyacentes y nunca explicitadas, de esta gravísima situación que
afecta nuclearmente a la nación española.
Para ello tendremos que abandonar toda pretensión de ser
políticamente correctos, que es la gran nube de humo que impide (a modo de
tinta de calamar) penetrar en la esencia del mecanismo patogénico.
Un medio puede ser usar la sistemática clásica del pensamiento médico
para abordar la compleja causalidad de la enfermedad. La ventaja de tener cerca amigos dilectos que
son galenos me va a permitir entrar, de su mano, en la lógica del diagnóstico
propia de esa benemérita profesión.
No es una boutade pensar
que lo que está sucediendo en Cataluña se aproxima cada día más (quizá nunca
dejó de serlo, aunque no se manifestara con la actual virulencia) a una patología social.
Así pues, y desde este punto de vista, que es metafórico sin duda,
pero también real, voy a intentar sistematizar, en forma de aforismos
sucesivos, una idea de lo que puede entenderse como un análisis genético-estructural
de la cuestión catalana.
1. Es bien sabido que en Medicina se distingue claramente lo que es un
diagnóstico sintomático de lo que es un diagnóstico etiopatogénico. Como
aclaración (muy probablemente innecesaria) diremos que el primero es aquel que
recopila y describe los síntomas de la enfermedad y el segundo el que formula
no solo la causa sino también los mecanismos que producen dichos síntomas.
2. Este esquema (causa, proceso de acción de la causa y síntomas)
puede ser también aplicado a aquellas circunstancias sociales en las que los
factores primero y segundo aparecen ocultos y solo brilla a la luz el tercero
(los síntomas).
3. En el caso catalán, y en general en todos los nacionalismos sin
excepción, hay un punto de partida (un “virus”) que se pierde de vista desde
los primeros momentos y del que nadie quiere hablar: el supremacismo.
4. El supremacismo es la actitud de los miembros de una comunidad o
grupo social que se consideran colectivamente mejores que sus vecinos o
cohabitantes.
5. El supremacismo se expresa de muchas y muy variadas formas: el
considerarse mejor puede adoptar infinitos disfraces que van desde “somos más
virtuosos”, “somos más cultos”, “tenemos valores de mejor calidad”, “somos mas
inteligentes”, “somos más limpios y educados”, “somos más trabajadores e
industriosos” hasta el simple y radical “somos una raza mejor”.
6. El supremacismo es una actitud social construida.
7. El supremacismo se construye siempre en referencia a otro grupo de
forma que el “somos mejores” siempre tiene explícitamente un comparativo “somos
mejores que vosotros”.
8. Generalmente este grupo con el que se compara el supremacismo es
siempre un grupo próximo. El supremacismo blanco hacia los negros no aparece
hasta que los negros no se convierten en América en gente que vive junto a los
blancos. El supremacismo se materializa siempre hacia el vecino, hacia “los
otros próximos”.
9. En el supremacismo hay siempre una parte de autoafirmación y otra
parte de miedo.
10. A la hora de
vender el supremacismo se usa fundamentalmente esa parte de miedo.
11. El miedo se
concreta fundamentalmente en temer que la realidad desmienta el constructo. No
hay nada que más le horrorice a un supremacista blanco que encontrar un negro
más inteligente, más culto, más rico o más guapo que el.
12. Así el vecino
“inferior” se convierte, fácilmente y mediante el agit-prop adecuado, en un potencial agresor y el supremacista acaba
viéndose a sí mismo y publicitándose como víctima.
13. El gran
disfraz del supremacismo es la victimización.
14. Cuando el
supremacista ha conseguido la conciencia de victima, el proceso de “infección”
pasa a otro plano. El vecino inferior (y por tanto despreciable) se convierte
en una amenaza que hay que neutralizar por todos los medios en defensa propia.
15.Y entonces
comienza, de forma automática en el pueblo llano y de forma perfectamente
planificada entre los impulsores del supremacismo, el proceso social de la
construcción del enemigo.
16. El enemigo
es, en sus formulaciones radicales, una bestia inhumana a destruir. En sus
formulaciones más leves, unos elementos destructivos de la propia identidad y
bienestar, de los que hay que defenderse y, si es posible, librarse de ellos
expulsándolos o separándose.
17.En este
momento del proceso los síntomas que afloran son claros: Somos una nación (en el sentido de que somos un grupo que tiene un
origen común y diferenciando del resto) y nos sentimos amenazados por gente
inferior que, no obstante, nos roba, nos impide ser lo que somos, nos coloniza,
nos oprime.
18.Y en la
formulación más suave del enemigo construido, queremos quitárnoslos de encima,
queremos ser libres.
19.Y como última
vuelta de tuerca necesitamos que el enemigo (ya construido en el imaginario de
la gente) tenga un nombre y una cara lo más desagradable posible. Pero también
lo más fácil de identificar por el común de las personas.
20. En el
imaginario del nacionalismo catalán ese enemigo poderoso y malvado ha sido
siempre España, pero su denominación concreta (que pasa a ser parte del slogan
que se publicita sin descanso) se ha ido cambiando según el momento y según la
estrategia del grupo independentista.
21. Así ha pasado
de ser Extremadura y Andalucía (ejemplo de vagancia y de despilfarro de los que
“viven a costa de los catalanes”), a Madrit
(símbolo de toda opresión y de toda explotación), al Gobierno
(materialización ultima del enemigo) y, finalmente, a la Monarquía como
personificación del régimen que hay que destruir para garantizar el advenimiento
de la idílica “republica catalana”.
Basta con eso para un primer apunte que, por supuesto, solo
representa la punta del iceberg de una patología social (insisto) que ha
estallado ya, como brota un absceso lleno de pus (con perdón por lo repugnante
de la comparación).
Seguiremos.
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